¿Están las raíces del euskera en Tierras Altas?
El arqueólogo Eduardo Alfaro descubre en su trabajo, que pronto será publicado por Soria Edita, una conexión de esta zona de la provincia con la población vascona incluso anterior a la romanización
http://www.heraldodiariodesoria.es/noticias/cultura/estan-raices-euskera-tierras-altas_119982.html
Situación de la zona de estudio Fuente: Alfaro Peña, Eduardo (2018) |
La tesis doctoral de Eduardo Alfaro, titulado «»Oppida» y etnicidad en los confines septentrionales de la Celtiberia» que descubrimos a continuación, trata tanto arqueología urbana, fuentes clásicas y epigrafía, y nos enseña una complejidad cultural.
Su investigación le lleva a la conclusión de que la margen derecha del Ebro (La Rioja hasta el norte de Soria) era ocupado por entre otros tribus vascohablantes (alguna forma de euskera antiguo) en intima relación con el mundo celtíbero e íbero, y la conclusión de que la presencia de proto-euskera puede ser anterior a los celtas:
ÁREA ANTROPONÍMICA VASCONA
Desde que U. Espinosa afirmase hace ya un cuarto de siglo que la matriz onomástica de los nombres indígenas de las actuales Tierras Altas sorianas no es céltica sino que estaba relacionada con el mundo ibérico del valle del Ebro, la sucesiva localización de nuevas inscripciones funerarias ha incidido en su distanciamiento lingüístico respecto de sus vecinas laderas meridionales de la Cordillera Ibérica soriana, el tradicional territorio arévaco-pelendón de Numancia y los castros del alto Duero. A Lesuridantar, Oandissen, Arancis y Agirsenus (Espinosa 1992: 908-910; Beltrán 1993: 266-269) se han ido añadiendo nuevos nombres como Sesenco, Velar—Thar (o Ar—thar, según qué autores), Onso/Onse,etc., que trabajos sucesivos han vinculado cada vez con más firmeza al valle del Ebro, incidiendo en su más clara relación con un vasco antiguo, protovasco o vasco-aquitano.
Esta onomástica indígena de los altos cursos del Cidacos y el Linares sorianos ha fortalecido la hipótesis de que antes de que se impusiese una lengua céltica y después latina en la ribera riojano-navarra se habló una lengua euskérica al sur del Ebro, especialmente en el territorio comprendido entre Calagurris y Cascantum, lengua que se proyectaría por el sur hasta nuestros valles (Martínez Sáenz y González Perujo 1998: 186-491; Ramírez 2009: 142-143; Aznar 2011: 88, 92, 149). El análisis detallado de la onomástica indígena ha llevado a J. Gorrochategui (2009: 543-544) a la inclusión de los cursos altos de Cidacos y Linares en un área antroponímica vascona.
Queda meridianamente claro que la antroponimia indígena altoimperial del alto Cidacos y Linares no es céltica, y que sus vínculos lingüísticos originarios apuntan hacia el mundo ibérico y/o vascón del valle del Ebro inmediato. Muy probablemente estas gentes llevaban siglos asentadas y adaptadas a las nada fáciles condiciones físicas y climáticas de la profundidad serrana, altos valles de montaña donde habían desarrollado una particular economía mixta en la que, sin renunciar a las expectativas generadas por el desarrollo de la agricultura cerealista durante el Segundo Hierro, mantenían como principal base de su riqueza a una amplia cabaña ganadera en sintonía con las óptimas condiciones de sus montañas como estivaderos. Otro elemento también onomástico que incide en separar a este grupo humano del mundo indoeuropeo es la ausencia de mención alguna a organizaciones suprafamiliares, las gentilitates, en el medio centenar de nombres atestiguados.
p. 443-444
También muy interesante son sus conclusiones relacionadas con las menciones del termino ‘vascón’ por los autores clásicas como un invento administrativo romano:
LA MARGEN DERECHA DEL EBRO: UN TERRITORIO ÉTNICA Y LINGÜÍSTICAMENTE COMPLEJO
Los datos étnicos de los ríos de la margen derecha del Ebro riojano-navarra durante el periodo de conquista se presentan muy complejos, por una parte hay cierta indefinición en las fuentes, independientemente de que en ellas se atisbe el predominio del componente celtibérico en lo político y también en la cultura material, a lo que se suma por otra parte la inseguridad político-territorial, motivada por las décadas de conflictos que generaron cambios y fluctuaciones fronterizas con la desaparición de poblaciones por destrucción y/o abandono, y la más que probable situación transitoria de algunos espacios como tierras de nadie.
Como se ha apuntado, este predominio o al menos presencia celtibérica debió de compartirse con otros pueblos, ciudades y lenguas ibéricos y protovascos. Se trata por tanto de un territorio y unos siglos en los que convergen y conviven lenguas y pueblos de diferente raíz ―indoeuropea, vasca e ibérica― sobre los que se superpone el latín (Beltrán 1993: 235-236; Burillo 1998: 178-182; Pina 2009: 208-209).
Por lo que al territorio de estudio se refiere, hay que preguntarse hasta qué punto no fue el s. II a.C., el siglo de los oppida, el momento en que se consolidó una celtiberización cultural de estos valles que ya estaba avanzada. La potencia invasora estaba cada vez más afianzada y su influencia crecía en el sector bajo del Cidacos y el Alhama, mientras que en sus sectores altos, nuestros oppida serranos con su territorio agreste y de complicada orografía, se mantenían como una de las primeras líneas de contacto o contención en comunión de intereses con sus vecinos meridionales, el “núcleo duro” celtibérico del momento representado por arévacos y pelendones (Roldan y Wulff 2001: 595). Desde el punto de vista tipológico es con la Numancia arévaca con la que más convergencias presentan los materiales analizados de El Castillo y Los Casares. Como bien se ha apuntado, esta más que probable cooperación entre pueblos indígenas ante el avance y la presión externa provocó que poblaciones que, con propiedad, no eran desde el punto de vista étnico celtibéricas se integrasen mediante alianzas en coaliciones genéricamente definidas como tales, especialmente por Roma, que parece que acuñó el término celtibérico precisamente para definir a las gentes con las que se enfrentan en el proceso de conquista de la Meseta oriental (Sánchez Moreno, Pérez Rubio y García Riaza 2015: 77).
Los vascones no aparecen en las fuentes hasta las Guerras Sertorianas del primer tercio del siglo I a.C. (Livio, Per. 91), circunstancia en la que está incidiendo la historiografía más reciente. Cada vez son más los investigadores que apuestan por que los vascones, tal y como se presentan en Ptolomeo (II, 6, 67) en el siglo II d.C., son una etnia creada por Roma con fines administrativos, línea de investigación que renuncia a la tradicional visión de una supuesta expansión vascona por la margen derecha del Ebro tras las guerras de conquista y a costa de los pueblos celtibéricos (Bosch 1933b: 8 bis; Burillo 1998: 170-171, 330-333).
Roma habría dado forma en torno a este etnónimo a un territorio que iba desde el Pirineo occidental hasta el Sistema Ibérico, y que étnica y lingüísticamente aglutinaba a un conjunto de pueblos y ciudades de habla ibérica, indoeuropea y propiamente vascona entre los que dominaba probablemente el componente celtibérico o el ibérico. Las comunidades locales de habla vascona no tendrían la consciencia étnica que les otorgaba la historiografía tradicional, se trataría de una concienciación adquirida a posteriori, en un momento indeterminado a partir de la creación administrativa romana. En definitiva, en torno a lo que se denominan vascones Roma habría aglutinado a la variopinta y compleja población que habitaba el valle del Ebro al sur del Pirineo occidental y al norte del Sistema Ibérico (Sayas 1998: 89-139; Roldán y Wulff 2001: 408-410; Wulff 2009: 47; Beltrán y Velaza 2009:105-108; Pina 2009: 214; Navarro 2009: 292).
Los datos culturales y sobre todo étnicos de Tierras Altas de Soria en los siglos inmediatos al cambio de Era presentan por tanto una importante ambigüedad. La lectura que entendemos es la más adecuada para el caso es la que ve en la etnicidad un proceso dinámico en el que se van superponiendo realidades e influencias culturales, aunque con áreas más permeables que otras. La profundidad de la serranía sería más propensa a cierta reclusión de sus gentes y por tanto a la supervivencia de determinadas muestras de situaciones pretéritas.
M. L. Albertos ya apuntó la pervivencia en el interior serrano de pequeños grupos humanos con antroponimia no céltica, burbujas culturales o identidades diferenciadas que estarían reflejado realidades de unos tiempos más remotos, a la par que sitúa a las actuales Tierras Altas de Soria como un territorio de frontera lingüística (Albertos 1966: 274-275; Espinosa 1992: 908; Hoz 2005: 58; Gorrochategui 2009: 546).p. 444-445
La parte que quizás más nos interesa es su interpretación de la onomástica indígena:
Algunos productos epigráficos de talleres de las Tierras Altas
Fuente: Alfaro Peña, Eduardo (2018)2. Los cognomina indígenas
Ha podido apreciarse cómo los cognomina latinos encajan sin dificultad en el puzzle onomástico que rodeaba a las actuales Tierras Altas de Soria en época altoimperial, la línea de ciudades vinculadas a las vías del Ebro y del Duero, cerrada a poniente por la proyección de la Serranía Ibérica hacia Urbión y la Demanda. No puede decirse lo mismo de sus nombres indígenas pues parecen pertenecer a otro rompecabezas.El femenino Onse y su masculino Onso es el más repetido y, como la mayoría de los indígenas, totalmente autóctono, exclusivo de estos valles, presente en estelas de Yanguas, Navabellida y El Collado.
Una variante de Onse parece ser el cognomen de la adolescente Antestia Oandissen (Valloria). Si pensamos en su forma con la desinencia latinizada, Oandissen-a, y la comparamos con la de un individuo de Vizmanos, Agirsen-us, puede apreciarse y aislarse mejor un mismo radical indígena, SEN, también presente en un joven de La Laguna, Antestius Se-sen-co. Serían por tanto nombres compuestos en los que el radical ―SEN aparece como segundo componente. Julio Caro Baroja (1946: 150-154) y Mª L. Albertos (1966: 209-211, 260-273) fueron pioneros en proporcionar algunas claves para orientar sobre el substrato al que remiten estos nombres. Como ibérico se aísla el radical sen― (Sen-ario), que también aparece en el vasco (Sen-ar, Sen-ide) y aquitano (Sen-ar, Sen-arri).
También ibérico es el radical Agir― (Agir-nes, Arsgi-tar, Acir-senio). Formas próximas a Oandis― se encuentran en el vasco (Aundi―, ‘grande’) y en el aquitano (And-osso). Son todas formas ajenas al mundo indoeuropeo y céltico que se presupone a los pueblos asociados al territorio circundante, berones, pelendones y arévacos; conociendo esta onomástica resulta muy complicado asignar dicho substrato étnico a estos valles montaraces del norte soriano. Incide en los lazos con el territorio pirenaico e ibérico la fonética de nombres como Soson-nis (aquitano), Soson-tigi, Sosin-buru, Sosin-aden Sosin-asae (ibéricos pirenaicos), Sisen, Sisena, Siseanba… (béticos), de indudable cercanía a los serranos Sesenco, Oandissen, Onse y Onso. Recientemente se han encontrado equivalencias en términos vascos (Gorrochategui 1987: 440; 2007: 633-634; Gimeno 1989: 235; Velaza 1995: 213; Aznar 2011: 154-159, 174,178, 182-189, 200-202).
Desde un punto de vista lingüístico Caro Baroja excluyó hace ya 60 años al serrano Lesuridantar (Munilla) del celtismo pelendón y castreño en el que se integraba arqueológicamente toda la serranía soriana. Incluyó el nombre en el hispánico antiguo, como Arsgi-tar, encontrando también paralelos en el vasco, como baserri-tar ‘habitante del monte’[¿?] (Caro 1946: 150-154). Años más tarde MªL. Albertos incluyó sin dudas Lesuridantar entre los nombres ibéricos (Albertos 1966: 130). La localización hace un par de décadas de una estela en El Collado con el cognomen Velar[–]-thar incide en el vínculo onomástico serrano con el Pirineo vasco-aquitano y el mundo ibérico del Ebro, por un lado con la desinencia ―tar, como se ha visto frecuente en su antroponimia y también como elemento para conformar genitivos, por otro con el radical Vel― conocido en nombres ibéricos como Vel-aunis, Vel-gana, etc. (Albertos 1966: 245, 260-273; Gorrochategui 2007: 633; Aznar 2011: 160-161, 193-194, 204-211).
La desinencia ―tar se declina en la sierra como nombre de la tercera, temas en consonante o -i, inercia que siguen buena parte de sus nombres indígenas, palpable en los genitivos Lesuridantaris, Arancisis, Attasis y en el dativo Nopri; todos son de varones, masculinos. Los nominativos Onse, Onso, Oandissen, Haurce, Sesenco y Bugan no presentan las habituales desinencias latinizadas, en ̶a/–us, no está clara por tanto su declinación. Únicamente el genitivo Agirseni es sin duda de la segunda. Parece por tanto que la onomástica indígena tiene dificultades para latinizar sus desinencias con los habituales temas en ―a (femenino) y sobre todo on el masculino tema en ―o pues se recurre habitualmente a la tercera para su declinación (Albertos 1966: 282; Reyes 2000: 110).
Sí se declinan por la segunda los indígenas Balanus y Murranus, tal vez porque su origen apunta en otra dirección. Livio menciona a un rey de la Galia Trasalpina llamado Balanos, y el nombre aparece también en una inscripción de Trujillo (Cáceres) (Palomar 1975: 47). En opinión de Mª L. Albertos (1966: 162-163) Murranus derivaría de la forma indoeuropea murro, que se ha traducido como ‘hocico’ y ‘punta de roca’. Habría llegado al español en la forma ‘morro’, ‘labios gruesos’. Es un nombre atestiguado en la Hispania céltica (Clunia) pero también en Levante, fuera de la Península se conoce en Galia, Britania, Germania,…
En el nombre Attasis también puede verse una variante del céltico atta, ‘padre’, bien conocido y repetido en poblaciones próximas, especialmente en el entorno de Augustobriga (Muro de Ágreda y Trébago). Sin embargo también existen paralelos en el vasco aita, ‘padre’ y en nombres compuestos definidos por Caro Baroja como de un hispánico antiguo (Ata-bels). En cualquier caso el antropónimo Atta y sus derivados son frecuentes en gentes indoeuropeas extrapeninsulares como visigodos, hunos, Gálatas, ilirios, etc. (Aznar 2011: 162-167).
Resumiendo, los nombres indígenas serranos están emparentados, sin duda, con el mundo del Ebro y el Pirineo, desde Cataluña hasta el País Vasco,incluso Aquitania lo que apunta a una ancestral tradición onomástica previa o paralela al celtismo peninsular (Espinosa 1992: 907; Beltrán 1993: 266-269), también representado en nombres como Balanus y Murranus. Esta interrelación y convivencia entre elementos evocadores de un mundo ibérico y el pirenaico con otros, casi testimoniales, indoeuropeos se justifica por la vecindad, y también por la fuerte presión de los grupos humanos, incluso por los movimientos de gentes que pudieron generar grupos sueltos residuales. La más reciente investigación lingüística al respecto incide con fuerza en la relación de la onomástica serrana con una lengua ibérica o vascoaquitana del inmediato valle del Ebro (Martínez Sáenz y González Perujo 1998: 490-495; Gorrochategui 2007: 634; 2009: 543-544; Aznar 2011: 143-152, 257-258). p. 414-416
Lo que llama la atención es que el arqueólogo en su doctorado de alguna manera intenta enmascarar sus conclusiones sobre vascohablantes en las Tierras Altas, lo que ya hemos observado en sus otras publicaciones. Lo vamos observando en su resumen donde no se precisa quien son los vecinos de los celtiberos del norte de Soria:
Se estructura el trabajo en dos apartados. Por un lado un estudio de poblamiento que afecta a las vertientes septentrionales del Sistema Ibérico soriano oriental (valles del Cidacos, Linares y Alhama) desde época celtibérica avanzada hasta los tiempos del Alto Imperio Romano, y por otro un estudio epigráfico en el que se analiza el nutrido grupo de inscripciones altoimperiales localizadas en estos valles. El estudio de poblamiento se centra principalmente en el análisis de los dos oppida del territorio, cabezas jerárquicas de sendas ciudades estado que capitalizan la vida política en este sector de la serranía, y que se abordan desde dos tipos de intervención arqueológica diferenciados, El Castillo de La Laguna desde la prospección y Los Casares de San Pedro Manrique desde los datos que aporta la excavación arqueológica en un sector inmediato a su muralla. El objetivo, conocer las características del poblamiento, el urbanismo y la cultura material de ambos oppida y sus territorios, lo que va a permitir establecer comparaciones con ciudades y espacios vecinos del entorno serrano inmediato, del valle del Ebro y de la Meseta.
Es penoso que en un país moderno se tiene que medir tanto sus palabras cuando se habla del euskera como patrimonio de todos. Ver también las noticias de La Rioja: La referencia al euskera en el Estatuto por parte del PSOE desata una ola de protestas.
Mucho de lo afirmado en este tesis encontramos con menos envoltorios en Gorrochategui (2018) en HISTORIA DE LA LENGUA VASCA:
«El conjunto onomástico de las Tierras Altas de Soria posee, aun en su pequeñez, muchas caracteristicas de la onomástica aquitana: correlatos nitidos como zezen, las bases seni, atta, y on, los sufijos -co, -so, -se y -thar, distribución complementaria entre los sufijos -co, -so, -se y -thar, distribución complementario entre los suf. -so y -se según el sexo del referente y presencia de aspiración. Es difícil pensar que la reunión de todos estos rasgos a la vez en un conjunto reducido de nombres sea debido a la casualidad.
Según lo anterior, aunque tengamos por seguro que una parte al menos de esta sociedad era hablante del vasco antiguo, no es tan fácil dar cuenta de la presencia de estos hablantes en la zona. Puede ser que la lengua vasca fuera en esas tierras lengua autóctona anterior a la extensión y difusión del celtibérico hacia el valle del Ebro, en sintonía con lo que pensaba sobre la Rioja, Merino Urrutia hace años (…)»
Sobre el doctorado:
http://uvadoc.uva.es/handle/10324/28659
Título: | «Oppida» y etnicidad en los confines septentrionales de la Celtiberia | |
Autor: | Alfaro Peña, Eduardo | |
Editor: | Universidad de Valladolid. Facultad de Filosofía y Letras | |
Director o Tutor: | Romero Carnicero, Fernando, dir. | |
Año del Documento: | 2018 |
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